Hoy es un día muy triste, mi corazón late más deprisa que de costumbre, mi pecho se alza como montañas nacientes del cuerpo.
Hoy es un día triste, el Sol completa mi figura semidesnuda en el patio de mi casa. Hace calor, como de costumbre en verano. Pero eso no quita que hoy sea un día triste. Tan triste como que las cigarras ronronean en los árboles de mi casa, las nuben vienen y van según el loco viento que, aburrido, juega con ellas a ser el Dios.
Las horas pasan y pasan y mi cuerpo es un ladrillo de cinco toneladas que hay que mover. Las piernas me pesan y los párpados se caen a trozos recorriendo cada milímetro de mi ojo.
Y es hora de cenar y mi estómago no quiero tragar, le obligo y él se niega, dos kilos menos para mi desnutrido cuerpo que he de perder. Como poco a poco y mi barriga se hincha como lo hacen los globos cuando de aire los inflamos. Cuando termino, me siento a reposar con la barriga a punto de explotar. Dos kilos menos peso, dos kilos más de estrés, dos y siempre dos. Nunca podré engordar.
Hoy es el día más triste y no porque llueva, truene o haga frío, al contrario, está todo despejado, la Luna llena entra en mi habitación para intentar consolarme, me cuenta historias que nadie jamás había escuchado, pocos son los que escuchan a la Luna brillante en la inmensidad del universo. Las pocas estrellas que se pueden observar son las más preciosas que mis ojos han visto jamás. Sin embargo, hoy es un día muy triste, todo a mi alrededor se agolpa como cuando en el mar las olas se agolpan a tu lado privándote de la respiración.
No quiero seguir escuchando nada de lo que ocurre a mi alrededor. Quedo mi ventana abierta en la oscuridad de la noche para que al menos, la Luna pueda contarme cuentos para dormir
Hoy, es el día más triste de mi vida, porque he vuelto a llorar desconsoladamente.
Y, rezagada, muy lentamente, llegó la luz del amanecer.