miércoles, 16 de septiembre de 2015

Canción de cuna

Ninguno supimos que todo lo que haciamos fuese a repercutir en la manera de pensar de nuestros corazones, pero es que, cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Durante aquella noche tan intensa, nos escapamos todos de casa, fuimos todos, hasta Casandra también vino con nosotros. El chiko no se decidía a venir pues lo que aquella noche planeamos era bastante agresivo, arriesgado y divertido. El plan consistía en ir a casa del señor Gustavo y robarle todas las joyas que poseía y matar a su perro si se ponía muy chulo. El perro del señor Gustavo se llamaba Adolfo y era el más temido de todos los perros de nuestra zona. Era un mastín y era muy grande. A Gustavo le gustaba alardear sobre la cantidad de joyas y diamantes que tenía. Y por eso decidimos que ya tenía muchas y fuimos a robarle. En un principio, todo fue genial, nos saltamos la verja, evitamos al perro, que dormía, buscamos la ventana abierta que siempre dejaba, pues los mosquitos solían frecuentar aquella habitación. Lo peor llegó después, cuando un grito ahogó la noche, no habíamos sido ninguno de nosotros siete. Otro grito y, después, silencio. Un terror oscuro corría por nuestras venas, nos quedamos paralizados, no supimos qué hacer. En cuanto terminamos de entrar en la casa, todo estaba oscuro, estábamos en aquella habitación con los zumbidos de fondo, olía a carne podrida, carne en descomposición. Encendimos una linterna y lo que allí se podía ver con gran horror, nos dejó sin aliento. Los cuerpos se amontonaban unos encima de otros, colocados perfectamente en estanterías numeradas. Los cuerpos eran humanos. Estaban descuartizados y roídos como si algo o alguien los hubiera mordido. Lo que pensamos fue llamar a la policía pero nuestro miedo nos impidió razonar bien, y lo que hicimos fue seguir adelante. Abrimos la puerta y salimos de la horrenda habitación. El pasillo al que daba estaba tan oscuro que ni las linternas conseguian enfocar nada. Sigilosos, entramos en otra habitación donde más luz había. Un ser nos recibió con amabilidad, tenía la cara oscura, pero sus ojos hablaron por él, era el señor Gustavo. Olía a putrefacción aquel lugar.
Aquellos cuerpos que se descomponían ante nuestras narices, eran humanos que hacía poco habían desaparecido del pueblo.
Sin pensarlo dos veces nos tiramos a su cuello, todos. No fue fácil agarrarle pero al final lo conseguimos. Le agarramos y lo atamos con las cuerdas que traíamos, atamos sus muñecas, sus tobillos y su larga hilera de dientes que poseía.
De repente algo estalló en mil pedazos. La onda luminosa que se vio nos quedó cegados a todos, cegados de dolor, dolor intenso y oscuro. Aquello que estalló era el corazón del señor Gustavo.
En cuanto entendimos lo que sucedía, nuestras caras pasaron del odio y el asco a la compasión y la empatía.
Mientras que su cabeza era un caos, su corazón un volcán en erupción y su cuerpo un manojo de nervios, pasó que la sangre de sus labios se elevó en el aire para formar una bola roja. Cada vez se hacía más y más grande. Cuando la bola parecía que iba a explotar, se repartió toda la sangre entre los cuerpos que allí reposaban.
Poco a poco los cuerpos cobraron la vida que un día se les arrebató. Yo seguía mirando la expresión del señor Gustavo, mientras que los demás ayudaban a los desaparecidos.
Entre tanto la mirada del señor Gustavo, me llamó y me dijo algo revelador para el comportamiento monstruoso y entendí todo lo que hacía y por qué lo hacía.
"El amor es nuestra vida. Cásate con la mujer más guapa y con más dinero, pero no la ames porque te dejará. Tu corazón hará de ti un monstruo insaciable."
Me percaté que todas las personas eran mujeres guapas y hermosas, entonces caí en la cuenta,  ¿dónde estaba la mujer del señor Gustavo? ¿Había muerto o la había matado él? Y lo que es más, ¿era cierto que su matrimonio fue obligado, en la que ella no lo quería pero él la amaba con locura? Una locura que le trajo el fin de su vida. Supuse que así acababan todas las historias de amor no correspondidos. La historia del señor Gustavo era una de ellas...........
Luces azules y rojas arañaban mi rostro pensativo, las sirenas rompían mis tímpanos. Una vez fuera de la casa y de estar el señor Gustavo en un coche de policía, volví a entrar una vez más en la casa, dejando atrás a los chicos. ¿Qué buscaba? Quizás joyas, dinero, un atisbo de riqueza. De la riqueza que tanto alardeaba. No encontré nada, apenas unos peniques para poder pagar al panadero. Salí fuera y fui directo al coche, un tanto rabioso, y le pregunté acerca de las joyas de las que tanto hablaba: "Me las has arrebatado."
Estupefacto y con sorpresa, di un respingo hacia atrás.
Después de todo merecía estar en la cárcel por lunático. O no. Ninguno sabremos qué es lo que le pasó en realidad. Unos cuentan que se la comió viva, otros que lo dejó por monstruo y otros que no querían hablar del tema pues escalofríos les producían.
Y así acabó nuestra noche, en la que pudimos observar la muerte desde muy cerca. Desde entonces solo podemos sentir la caricia del señor Gustavo sobre los cuellos de sus víctimas, abalanzándose sobre ellos y quitándoles la vida. La nuestra ya no volvió a ser la misma.
El Sol asomaba ya por las altas colinas de nuestros hogares. Solo queríamos ir a casa y dormir para olvidar todo lo que vimos.
Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive.